Este movimiento está en efecto impulsado por ese deseo de transformación que reacciona ante la injusticia, pero ha logrado subsistir porque ese impulso viene dado por el convencimiento de que nuestros hermanos y hermanas merecen una educación digna, independientemente de su capacidad económica o de cualquier otra diferencia que impone la sociedad. Este convencimiento difiere del simple razonamiento o de la capacidad para identificar la injusticia, pues eleva la filiación de nuestros semejantes y diferentes a la categoría de hermanas y hermanos en Cristo, por tanto, nuestro compromiso y lucha a favor de la justicia adquiere otra dimensión.